martes, 5 de julio de 2011

martes, 14 de junio de 2011

LA MURALLA

Con este poema, vamos a trabajar el tema de la solidaridad y para reflexionar acerca de las relaciones humanas, la tolerancia, el amor al prójimo....

Al final de la poesía, hay algunas actividades

A leer!!!
Poema La Muralla
de Nicolas Guillen


Para hacer esta muralla,
tráiganme todas las manos:
Los negros, su manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Ay,
una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte.

?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?Una rosa y un clavel...
?¡Abre la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?El sable del coronel...
?¡Cierra la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?La paloma y el laurel...
?¡Abre la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?El alacrán y el ciempiés...
?¡Cierra la muralla!

Al corazón del amigo,
abre la muralla;
al veneno y al puñal,
cierra la muralla;
al mirto y la yerbabuena,
abre la muralla;
al diente de la serpiente,
cierra la muralla;
al ruiseñor en la flor,
abre la muralla...

Alcemos una muralla
juntando todas las manos;
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte...



Ø      Canción: “La muralla” Poema de Nicolás Guillén

* En una época en que todas “las murallas” (no sólo físicas sino también ideológicas) caen o se desvanecen es paradójico hablar de “construir una muralla”

- ¿Qué singularidades tiene la muralla de la canción? ¿Es una muralla para separar o para unir? ¿Cuándo se abre la muralla y cuándo se cierra? ¿Qué mensaje subyace en esta composición?

Escribe un texto narrativo en el que expreses las sensaciones, sentimientos o reflexiones que te provoca la letra de la canción.


* “Al corazón del amigo, abre la muralla; al veneno y al puñal, cierra la muralla…” dice en una parte la canción. Reflexiona y aplica esta metáfora a tu propia experiencia o conocimiento del mundo actual.
- ¿A quiénes o a qué aptitudes humanas, valores, etc.; abrirías tu muralla? ¿A qué la cerrarías? ¿A quiénes les impedirías el ingreso?

 Inserta una estrofa de diez versos para responder a estas cuestiones cuidando la rima y el uso estético del lenguaje. Luego elabora un breve texto con las razones y fundamentos que justifican tu elección.


* La frase “tráiganme todas las manos: los negros sus manos negros, los blancos, sus manos blancas” es como un llamado a la unión de todos los hombres más allá de sus etnias, ideologías y culturas.

- Piensa en tu contexto social, ¿por quiénes está integrada la sociedad?, ¿qué sectores puedes identificar?, ¿qué características tienen éstos? ¿Cómo es la convivencia entre ellos? ¿A quiénes representarían las manos blancas y a quiénes las manos negras en esta sociedad actual? ¿Cómo se podría caminar juntos hacia un futuro mejor?

Imagina que eres un líder estudiantil comprometido con tu sociedad y que lucha por la igualdad de derechos para todos los hombres. Escribe un discurso donde expreses tu opinión al respecto y respondas, de alguna manera, a las preguntas disparadoras arriba planteadas.


* “Hay palabras que abren puertas…” dice el poema de Cecilia de Roggero y en la canción también hay palabras que “abren la muralla”.

- Elabora una lista de estas bienhechoras palabras, luego búscalas y recórtalas de diarias o revistas  y con ellas arma un collage ingenioso en el que se represente cómo, cuándo, a quién o por qué se abre la muralla. Puedes utilizar imágenes de manos también.




LEYENDO A H.QUIROGA

En el cuento "A la deriva" el autor Horacio Quiroga, desplega en forma magistral todo su conocimiento del litoral y de la vida sacrificada de los hombres que lo habitan.
También y para trabajar la intertextualidad, a continuación del cuento, va una poesía-canción "Carito" que también habla de un hombre del interior.
** Ver actividades al final de cada texto**
Suerte

A la deriva

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse, con un juramento vio una yararacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque. El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho. El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de  pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violetas desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.

— ¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor — ¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

— ¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo – ¡Dame caña!
— ¡Pero es caña, Paulino!  —protestó la mujer, espantada.
— ¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otros dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
— Bueno; esto se pone feo… —murmuró entonces, mirando su pie, lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en contínuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta, que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda del palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú. El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito – de sangre esta vez – dirigió una mirada al sol, que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría llegar jamás él solo a Tacurú-Pucú y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba; pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho

—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano —¡Compadre Alves! ¡No me niegues este favor! –exclamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas, bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, atrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración. El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona, en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón míster Dougald y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecido, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.




Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entre tanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.

¿Qué sería? Y la respiración…

Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un Viernes Santo… ¿Viernes? Sí, o jueves…

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano

—Un jueves…

Y cesó de respirar
Horacio Quiroga (1879-1937)
En: “Cuentos de amor, locura y muerte
(1917)



Ø      Nº 7 – Cuento: “A   la  deriva” de Horacio Quiroga

* Imagina al personaje Dorotea, que tiene una breve participación en la historia. ¿Cómo crees que será su aspecto físico? ¿En qué consistirá su cotidianeidad en aquel humilde rancho del litoral argentino? ¿Cuáles, de sus conocimientos respecto de vestido y alimentación, le serían útiles para sobrevivir en aquella inhóspita geografía?, etc. Centra tu atención en lo desconcertada que aparece en el relato frente a los inesperados sucesos que vivía su marido.

- Reescribe el relato desde la perspectiva de Dorotea ¿Cómo nos narraría ella esta historia que termina con la muerte de Paulino?  No olvides que ella tiene un dialecto específico, por lo que debes usar un lenguaje acorde.



* El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también…”, dice el relato en uno de sus párrafos para describir metafóricamente el asombroso paisaje. Y como ésta, hay muchas otras bellas imágenes de la región litoral.

- Imagina que trabajas en Turismo y debes promocionar los atractivos que presenta el Paraná y la región del litoral e interesar a los turistas para que disfruten de las bondades del lugar con visitas guiadas, excursiones, salidas, entretenimientos, etc

Elabora un folleto turístico que contemple estas particularidades. Éste debe contener también “citas textuales” del cuento referidas a las características del paisaje.


* “…sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino” Dice el cuento ya casi al final. Imagina que eres un lugareño que, desde la orilla del río, observa la escena de esa canoa sin rumbo, que va a la deriva y que en ella se encuentra un hombre herido. El lugareño es Lorenzo Cubilla que reconoce a Paulino y, rápidamente, se dispone a ayudarlo.

 - Reescribe el relato a partir de esta situación cambiando el final de la historia, es decir, que el protagonista logre salvarse y regresar a su hogar.


* La fatalidad del destino, el poder de la naturaleza sobre el hombre, son algunas de las reflexiones que nos vienen cuando terminamos con la lectura de este cuento. Además de imaginarnos los bellos paisajes de nuestro litoral.

- ¿Por qué este relato se titula “A la deriva”? ¿Qué relación hay entre el título y la historia que nos cuenta? ¿Qué designios de la naturaleza no puede eludir el protagonista?

Escribe un texto exponiendo tu opinión sobre estas cuestiones.

 Carito
Sentado solo en un banco en la ciudad
con tu mirada recordando el litoral
tu suerte quiso estar partida
mitad verdad mitad mentira
como esperanza de los pobres prometida

Andando solo bajo la llovizna gris
fingiendo duro que tu vida fue de aquí
Por qué cambiaste un mar de gente
por donde gobierna la flor
mirá que el río nunca regaló el color

Carito, suelta tu pena
se haga diamante tu lágrima
entre mis cuerdas
Carito, suelta tu piedra
para volar como el zorzal
en primavera

En Buenos Aires los zapatos son modernos
pero no lucen como en la plaza de un pueblo
Deja que tu luz chiquitita
hable en secreto a la canción
para que te ilumine un poco más el sol

Cualquier semilla cuando es planta quiere ver
la misma estrella de aquel atardecer
que la salvó del pico agudo
refugiándola al oscuro
de la gaviota arrasadora de los surcos

Carito, yo soy tu amigo
me ofrezco árbol
para tu nido
Carito, suelta tu canto
que el abanico en mi acordeón
lo está esperando
Autor: León Gieco


Ø      Nº 8 – Canción: “Carito” de León Gieco

* “Sentado solo en un banco en la ciudad, con tu mirada recordando el litoral...” Así describe la canción a Carito. Un hombre pobre del interior que se encuentra desolado en la gran ciudad. Extrae las palabras o frases con las que Carito recuerda a su “pago” y con ellas

- Elabora una carta familiar de él a su madre. En ella, por un lado expresa la nostalgia que siente por estar tan lejos de su familia y de su litoral querido, pero por otro, justifica su decisión porque piensa que es la única oportunidad para cambiar su futuro y que no debe desaprovecharla.


*  Imagina que por motivos laborales o de estudios debes emigrar del lugar donde creciste y en donde tienes tus afectos. Que, al principio, tu nueva vida es difícil y te sientes como Carito.

¿A quién, de los integrantes de tu familia, extrañarías más y por qué? ¿A quién de tus amigos? ¿Qué cosas, lugares o momentos evocarías?

- Escribe un diario íntimo en el que expreses tus sentimientos y pensamientos frente a estas cuestiones.


*  Tanto Carito como Paulino del cuento “A la deriva” son hombres del Litoral. Imagina que son parientes y que tienen la oportunidad de reencontrarse cuando Carito vuelve a sus “pagos”.

- Escribe una conversación entre ellos, donde se intercambien sus anécdotas o experiencias vividas. Recuerda reflejar en el lenguaje, las particularidades de su forma de hablar.


*  Como a Buenos Aires, a nuestra provincia también llegan muchos compatriotas que vienen del norte, noroeste y del litoral. Algunos, en busca de un mejor futuro, se radican en forma definitiva, otros; lo hacen por temporada, en época de cosecha. Pero seguramente todos sienten el desarraigo que significa dejar su lugar de origen. Vemos que a pesar de ser todos argentinos, nuestras “identidades regionales” son diferentes. Hay determinadas costumbres, pautas de conductas, dialectos y hasta apariencia física que nos caracterizan y distinguen entre nosotros.

Reflexiona acerca de este tema, de las “identidades regionales” de nuestro país. ¿Nos separa o nos une? ¿Qué diferencias hay entre el hombre de ciudad y el hombre de campo o de pueblo? ¿Por qué, a veces, es difícil la integración?, etc

- Imagina que eres un corresponsal de un diario y te encargan escribir un Artículo de Opinión y un análisis periodístico sobre el tema.



 

 






UN BREVE ACERCAMIENTO A LA OBRA DE TEATRO

Como el título lo anticipa, les propongo leer "Romeo frente al cadáver de Julieta" que en intertextualidad con el conocido poema de Shakespeare, propone otro final
Al final del texto, están las actividades

A trabajar!
ROMEO FRENTE AL CADÁVER DE JULIETA [1]
de Marco Denevi
Selección de Héctor Zabala ©
.
Cripta del mausoleo de los Capuletos, en Verona. Al levantarse el telón, la cripta, en penumbras, deja ver un túmulo, y, sobre éste, el cadáver de Julieta. Entra ROMEO con una antorcha encendida. Se acerca al túmulo. Contempla en silencio los despojos de su amada. Luego se vuelve hacia los espectadores.

ROMEO: ¡Era, pues, verdad! ¡Julieta se ha suicidado! Veloces mensajeros, oculto el rostro chismoso tras la máscara de un falso dolor, corrieron a Mantua a darme la noticia. Pero, junto con la noticia, hacían tintinear en el aire la intimación de que volviese, la amenaza de que, en caso contrario, me traerían por la fuerza. Todos se despedían de mí con el mismo adiós: “Romeo, ahora sabrás cuál es tu deber”. He comprendido. He vuelto. Aquí estoy. No he encontrado a nadie en el camino. Nadie me estorbó el paso para que llegase a este lúgubre sitio y me enfrentase a solas con el cadáver de Julieta. Excesivas casualidades, demasiada benevolencia del destino, sospechoso azar. Alcahuetería de la noche, ¿cuál es tu precio? Los que te han sobornado ahora me espían, huéspedes de tu sombra. Aguardan que les entregues lo que les prometiste. ¿Y qué les prometiste, noche rufiana? ¡Mi suicidio! Así podrán dar por concluida esta historia que tanto los irrita y que, en el fondo, los compromete de una manera fastidiosa. Julieta ya ha escrito la mitad del epílogo. Ahora yo debo añadirle la otra mitad para que el telón descienda entre lágrimas y aplausos, y ellos puedan levantarse de sus asientos, saludarse unos a otros, reconciliarse los que estaban enemistados, tú, Montesco, con vos, Capuleto, y luego volverse a sus casas a comer, a dormir, a fornicar y a seguir viviendo. Y si no lo hago por las buenas, me obligarán a hacerlo por las malas. Me llamarán Romeo de pacotilla, amante castrado, vil cobarde. Me cerrarán todas las puertas. Seré tratado como el peor de los delincuentes. Terminarán por acusarme de ser el asesino de Julieta y alguien se creerá con derecho a vengar ese crimen. O escribo yo la conclusión o la escribirán ellos, pero siempre con la misma tinta: mi sangre. De lo contrario la muerte de Julieta los haría sentirse culpables. Suicidándonos, Julieta y yo intercambiamos responsabilidades y ellos quedan libres. (A Julieta.) ¿Te das cuenta, atolondrada? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¿Tenías necesidad de obligarme a tanto? ¿Era necesario recurrir a estas exageraciones? Nos amábamos, está bien, nos amábamos. Pero de ahí no había que pasar. Amarse tiene sentido mientras se vive. Después, ¿qué importa? Ahora me enredaste en este juego siniestro y yo, lo quiera o no, debo seguir jugándolo. Me has colocado entre la espada y la pared. Sin mi previo consentimiento, aclaro. Nací amante, no héroe. Soy un hombre normal, no un maniático suicida. Pero tú, con tu famosa muerte, te encaramaste de golpe a una altura sobrehumana hasta la que ahora debo empinarme para no ser menos que tú, para ser digno de tu amor, para no dejar de ser Romeo. ¡Funesta paradoja! Para no dejar de ser Romeo debo dejar de ser Romeo. (Al público.) Esto me pasa por enamorarme de adolescentes. Lo toman todo a la tremenda. Su amor es una constante extorsión. O el tálamo o la tumba. Nada de paños tibios, de concesiones, de moratorias, de acuerdos mutuos. Y así favorecen los egoístas designios de los mayores, que aprovechan esa rigidez para quebrarles la voluntad como leña seca. (Otro tono.) Ah, pero yo me niego. Me niego a repetir su error. Todo esto es una emboscada tendida con el único propósito de capturarme. Señores, miladis, rehúso poner mi pie en el cepo. Amo a Julieta. La amaré mientras viva. La lloraré hasta que se me acaben las lágrimas. Pero no esperéis más de mí. No me exijáis más. La vida justifica nuestros amores, en tanto que ningún amor es suficiente justificación para la muerte. Buenas noches.


Arroja la antorcha en un rincón, donde se apaga; se emboza la capa y sale. La escena queda sola unos instantes. Luego entran dos PAJES conduciendo el cadáver de ROMEO con una daga clavada en el pecho. Lo depositan a los pies del túmulo. Uno de los PAJES coloca una mano de ROMEO en la empuñadura de la daga. Se retiran
Entra FRAY LORENZO. Cae de hinojos. Alza los brazos.
.
FRAY LORENZO: ¡Oh amantes perfectos!

TELÓN

[1] Del libro Falsificaciones (1969), de Marco Denevi


Ø      Nº 3 – Breve Obra de Teatro: “Romeo frente al cadáver de Julieta” de Marco Denevi

* Todos, de alguna manera, conocemos la historia de Romeo y Julieta, de su amor imposible por la rivalidad y el odio de sus familias y de su trágico final. En esta oportunidad Marco Denevi nos ofrece otra versión acerca de la muerte de Romeo y pone en duda su “muerte voluntaria por amor”.

-  ¿Cuál es la postura de Romeo frente al cadáver de Julieta? ¿Con qué argumentos justifica su decisión de vivir y de negarse al suicidio?


* “…Me niego a repetir su error. Todo esto es una emboscada tendida con el único propósito de capturarme”, sentencia Romeo. Imagina que eres un testigo presencial de sus dichos y pensamientos y para ayudarlo decides escribir una Carta de Lectores en defensa de Romeo y de la injusticia que se quiere cometer con él.

- ¿Cómo la redactarías, qué argumentos usarías y a quién o a quiénes exhortarías para tratar de torcer el rumbo del destino cruel?




* Elige alguna de las siguientes citas textuales del cuento y elabora a partir de ellas, una narración que justifique “los designios ineludibles que el destino tenía preparado para Romeo”: 

“…Todos se despedían de mí con el mismo adiós: “Romeo, ahora sabrás cuál es tu deber”

“…O escribo yo la conclusión o la escribirán ellos, pero siempre con la misma tinta: mi sangre.”

“…Ahora me enredaste en este juego siniestro y yo, lo quiera o no, debo seguir jugándolo…”

Cuento y Poesia

Para trabajar la intertextualidad, primero leemos un hermoso cuento de Isabel Allende. Luego, con las poesías de autores varios, vemos cómo se relaciona la temática.

Manos a la obra!
Suerte!
Dos palabras

Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con é1. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allí, todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá.

Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las l1anuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos le animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros.

Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo rnás que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed.

--¿Qué es esto?--preguntó.

--La página deportiva del periódico--replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia.

La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel.

--Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Nero Tiznao en el tercer round.

Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas.


Varios años después, en una mañana de agosto, se encontraba Belisa Crepusculario en el centro de una plaza, sentada bajo su toldo vendiendo argumentos de justicia a un viejo que solicitaba su pensión desde hacía diecisiete años. Era día de mercado y había mucho bullicio a su alrededor. Se escucharon de pronto galopes y gritos, ella levantó los ojos de la escritura y vio primero una nube de polvo y enseguida un grupo de jinetes que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que venían al mando del Mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez de su cuchillo y la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y el Mulato, habían pasado sus vidas ocupados en la Guerra Civil y sus nombres estaban irremisiblemente unidos al estropicio y la calamidad. Los guerreros entraron al pueblo como un rebaño en estampida, envueltos en ruido, bañados de sudor y dejando a su paso un espanto de huracán. Salieron volando las gallinas, dispararon a perderse los perros, corrieron las mujeres con sus hijos y no quedó en el sitio del mercado otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien no había visto jamás al Mulato y por lo mismo le extrañó que se dirigiera a ella.




--A ti te busco--le gritó señalándola con su látigo enrollado y antes que terminara de decirlo, dos hombres cayeron encima de la mujer atropellando el toldo y rompiendo el tintero, la ataron de pies y manos y la colocaron atravesada como un bulto de marinero sobre la grupa de la bestia del Mulato. Emprendieron galope en dirección a las colinas.

Horas más tarde, cuando Belisa Crepusculario estaba a punto de morir con el corazón convertido en arena por las sacudidas del caballo, sintió que se detenían y cuatro manos poderosas la depositaban en tierra. Intentó ponerse de pie y levantar la cabeza con dignidad, pero le fallaron las fuerzas y se desplomó con un suspiro, hundiéndose en un sueño ofuscado. Despertó varias horas después con el murmullo de la noche en el campo, pero no tuvo tiempo de descifrar esos sonidos, porque al abrir los ojos se encontró ante la mirada impaciente del Mulato, arrodillado a su lado.

--Por fin despiertas, mujer--dijo alcanzándole su cantimplora para que bebiera un sorbo de aguardiente con pólvora y acabara de recuperar la vida.

Ella quiso saber la causa de tanto maltrato y él le explicó que el Coronel necesitaba sus servicios. Le permitió mojarse la cara y enseguida la llevó a un extremo del campamento, donde el hombre más temido del país reposaba en una hamaca colgada entre dos árboles. Ella no pudo verle el rostro, porque tenía encima la sombra incierta del follaje y la sombra imborrable de muchos años viviendo como un bandido, pero imaginó que debía ser de expresión perdularia si su gigantesco ayudante se dirigía a él con tanta humildad. Le sorprendió su voz, suave y bien modulada como la de un profesor.

--¿Eres la que vende palabras?--preguntó.

--Para servirte--balbuceó ella oteando en la penumbra para verlo mejor.

El Coronel se puso de pie y la luz de la antorcha que llevaba el Mulato le dio de frente. La mujer vio su piel oscura y sus fieros ojos de puma y supo al punto que estaba frente al hombre más solo de este mundo.

--Quiero ser Presidente—dijo él.

Estaba cansado de recorrer esa tierra maldita en guerras inútiles y derrotas que ningún subterfugio podía transformar en victorias. Llevaba muchos años, durmiendo a la intemperie, picado de mosquitos, alimentándose de iguanas y sopa de culebra, pero esos inconvenientes menores no constituían razón suficiente para cambiar su destino. Lo que en verdad le fastidiaba era el terror en los ojos ajenos. Deseaba entrar a los pueblos bajo arcos de triunfo, entre banderas de colores y flores, que lo aplaudieran y le dieran de regalo huevos frescos y pan recién horneado. Estaba harto de comprobar cómo a su paso huían los hombres, abortaban de susto las mujeres y temblaban las criaturas, por eso había decidido ser Presidente. El Mulato le sugirió que fueran a la capital y entraran galopando al Palacio para apoderarse del gobierno, tal como tomaron tantas otras cosas sin pedir permiso, pero al Coronel no le interesaba convertirse en otro tirano, de ésos ya habían tenido bastantes por allí y, además, de ese modo no obtendría el afecto de las gentes. Su idea consistía en ser elegido por votación popular en los comicios de diciembre.

--Para eso necesito hablar como un candidato. ¿Puedes venderme las palabras para un discurso?--preguntó el Coronel a Belisa Crepusculario.


Ella había aceptado muchos encargos, pero ninguno como ése, sin embargo no pudo negarse, temiendo que el Mulato le metiera un tiro entre los ojos o, peor aún, que el Coronel se echara a llorar. Por otra parte, sintió el impulso de ayudarlo, porque percibió un palpitante calor en su piel, un deseo poderoso de tocar a ese hombre, de recorrerlo con sus manos, de estrecharlo entre sus brazos.

Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato, quien no apartaba los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus senos virginales. Descartó las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. La condujeron nuevamente donde el Coronel y al verlo ella volvió a sentir la misma palpitante ansiedad del primer encuentro. Le pasó el papel y aguardó, mientras él lo miraba sujetándolo con la punta de los dedos.

--¿Qué carajo dice aquí?--preguntó por último.

--¿No sabes leer?

--Lo que yo sé hacer es la guerra--replicó él.

Ella leyó en alta voz el discurso. Lo leyó tres veces, para que su cliente pudiera grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio la emoción en los rostros de los hombres de la tropa que se juntaron para escucharla y notó que los ojos amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo, seguro de que con esas palabras el sillón presidencial sería suyo.

--Si después de oírlo tres veces los muchachos siguen con la boca abierta, es que esta vaina sirve, Coronel--aprobó el Mulato.

--¿Cuánto te debo por tu trabajo, mujer?--preguntó el jefe.

--Un peso, Coronel.

--No es caro--dijo é1 abriendo la bolsa que llevaba colgada del cinturón con los restos del último botín.

--Además tienes derecho a una ñapa. Te corresponden dos palabras secretas--dijo Belisa Crepusculario.

--¿Cómo es eso?


Ella procedió a explicarle que por cada cincuenta centavos que pagaba un cliente, le obsequiaba una palabra de uso exclusive. El jefe se encogió de hombros, pues no tenía ni el menor interés en la oferta, pero no quiso ser descortés con quien lo había servido tan bien. Ella se aproximó sin prisa al taburete de suela donde é1 estaba sentado y se inclinó para entregarle su regalo. Entonces el hombre sintió el olor de animal montuno que se desprendía de esa mujer, el calor de incendio que irradiaban sus caderas, el roce terrible de sus cabellos, el aliento de yerba buena susurrando en su oreja las dos palabras secretas a las cuales tenía derecho.






--Son tuyas, Coronel--dijo ella al retirarse--. Puedes emplearlas cuanto quieras.

El Mulato acompañó a Belisa hasta el borde del camino, sin dejar de mirarla con ojos suplicantes de perro perdido, pero cuando estiró la mano para tocarla, ella lo detuvo con un chorro de palabras inventadas que tuvieron la virtud de espantarle el deseo, porque creyó que se trataba de alguna maldición irrevocable.

En los meses de septiembre, octubre y noviembre el Coronel pronunció su discurso tantas veces, que de no haber sido hecho con palabras refulgentes y durables el uso lo habría vuelto ceniza. Recorrió el país en todas direcciones, entrando a las ciudades con aire triunfal y deteniéndose también en los pueblos más olvidados, allí, donde sólo el rastro de basura indicaba la presencia humana, para convencer a los electores que votaran por é1. Mientras hablaba sobre una tarima al centro de la plaza, el Mulato y sus hombres repartían caramelos y pintaban su nombre con escarcha dorada en las paredes, pero nadie prestaba atención a esos recursos de mercader, porque estaban deslumbrados por la claridad de sus proposiciones y la lucidez poética de sus argumentos, contagiados de su deseo tremendo de corregir los errores de la historia y alegres por primera vez en sus vidas. Al terminar la arenga del candidato, la tropa lanzaba pistoletazos al aire y encendía petardos y cuando por fin se retiraban, quedaba atrás una estela de esperanza que perduraba muchos días en el aire, como el recuerdo magnífico de un cometa. Pronto el Coronel se convirtió en el político más popular. Era un fenómeno nunca visto, aquel hombre surgido de la guerra civil, lleno de cicatrices y hablando como un catedrático, cuyo prestigio se regaba por el territorio nacional conmoviendo el corazón de la patria. La prensa se ocupó de é1. Viajaron de lejos los periodistas para entrevistarlo y repetir sus frases, y así creció el número de sus seguidores y de sus enemigos.


--Vamos bien, Coronel--dijo el Mulato al cumplirse doce semanas de éxito.

Pero el candidato no lo escuchó. Estaba repitiendo sus dos palabras secretas, como hacía cada vez con mayor frecuencia. Las decía cuando lo ablandaba la nostalgia, las murmuraba dormido, las llevaba consigo sobre su caballo, las pensaba antes de pronunciar su célebre discurso y se sorprendía saboreándolas en sus descuidos. Y en toda ocasión en que esas dos palabras venían a su mente, evocaba la presencia de Belisa Crepusculario y se le alborotaban los sentidos con el recuerdo de olor montuno, el calor de incendio, el roce terrible y el aliento de yerba buena, hasta que empezó a andar como un sonámbulo y sus propios hombres comprendieron que se le terminaría la vida antes de alcanzar el sillón de los presidentes.


--¿Qué es lo que te pasa, Coronel?--le preguntó muchas veces el Mulato, hasta que por fin un día el jefe no pudo más y le confesó que la culpa de su ánimo eran esas dos palabras que llevaba clavadas en el vientre.

--Dímelas, a ver si pierden su poder--le pidió su fiel ayudante.

--No te las diré, son sólo mías--replicó el Coronel.


Cansado de ver a su jefe deteriorarse como un condenado a muerte, el Mulato se echó el fusil al hombro y partió en busca de Belisa Crepusculario. Siguió sus huellas por toda esa vasta geografía hasta encontrarla en un pueblo del sur, instalada bajo el toldo de su oficio, contando su rosario de noticias. Se le plantó delante con las piernas abiertas y el arma empuñada.

--Tú te vienes conmigo--ordenó.

Ella lo estaba esperando. Recogió su tintero, plegó el lienzo de su tenderete, se echó el chal sobre los hombros y en silencio trepó al anca del caballo. No cruzaron ni un gesto en todo el camino, porque al Mulato el deseo por ella se le había convertido en rabia y sólo el miedo que le inspiraba su lengua le impedía destrozarla a latigazos. Tampoco esta dispuesto a comentarle que el Coronel andaba alelado, y que lo que no habían logrado tantos años de batallas lo había conseguido un encantamiento susurrado al oído. Tres días después llegaron al campamento y de inmediato condujo a su prisionera hasta el candidato, delante de toda la tropa.
--Te traje a esta bruja para que le devuelvas sus palabras, Coronel, y para que ella te devuelva la hombría--dijo apuntando el cañón de su fusil a la nuca de la mujer.
El Coronel y Belisa Crepusculario se miraron largamente, midiéndose desde la distancia. Los hombres comprendieron entonces que ya su jefe no podía deshacerse del hechizo de esas dos palabras endemoniadas, porque todos pudieron ver los ojos carnívoros del puma tornarse mansos cuando ella avanzó y le tomó la mano.
Isabel  Allende


Poesías  Varias

PALABRAS

Hay palabras redondas,
como mundo,
como hueco,
como sol.

Hay palabras que acompañan,
como luz,
como perro,
como sombra.

Hay palabras que lloran,
como lluvia.

Hay palabras amargas,
como tónico,
y difíciles,
como lo siento.

Hay palabras grandotas,
como castigo,
o como grito.

Hay palabras que ríen,
como agua, como circo.
Y las hay tristes,
como fín

Hay palabras y palabras.
Hay las que se dicen
y las que se callan.
Hay las que duelen
y las que alegran
y las que abren puertas
misteriosas

Cecilia de Roggero

DOS  PALABRAS

Esta noche al oído me has dicho dos palabras
comunes. Dos palabras cansadas
de ser dichas. Palabras
que de viejas son nuevas.

Dos palabras tan dulces, que la luna que andaba
filtrando entre las ramas
se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
que  una hormiga pasea por mi cuello y no intento
moverme para echarla.

Tan dulces dos palabras
 – que digo sin quererlo –  Oh qué bella, la vida –
Tan dulces y tan mansas
que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.

Tan dulces y tan bellas
que nerviosos mis dedos,
se mueven hacia el cielo imitando tijeras.
Oh, mis dedos quisieran
cortar estrellas


Alfonsina  Storni

DESTINO DE POETA

¿Palabras? Sí, de aire
y en el aire perdidas.
Déjame que me pierda entre palabras,
déjame ser el aire en unos labios,
un soplo vagabundo sin contornos
que el aire desvanece

También la luz en sí misma se pierde
Octavio Paz
(Fragmento)


LA PALABRA QUE SANA

Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje,
alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo.

Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.

Alejandra Pizarnik, en
“El infierno musical”
1971


LA CASA  DE  LAS  PALABRAS

A la casa de las palabras, soñó Helena Villagra, acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido.

En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino…

En: “El libro de los Abrazos”
De Eduardo Galeano


Actividades

Ø      Texto 1 – Cuento: “Dos Palabras” de Isabel Allende

* Imagina que, al igual que Belisa Crepusculario, te dedicas a la profesión de Vendedor/a de Palabras; ¿cuáles usarías para las siguientes situaciones?:

- Un enamorado quiere convencer a su novia acerca de su inocencia frente a la calumnia que le inventaron diciendo que lo vieron con otra el fin de semana pasado
- Un abuelo quiere cambiar la decisión de su nieto (de sólo 10 años) de hacerse hincha del club Boca Junior. El abuelo pretende que el niño continúe siendo hincha de River Plate.
- Un señor mayor, aficionado a la lectura, desea demostrar las ventajas de los libros impresos en papel por sobre los ciber-libros o libros electrónicos.

Elije una de las opciones y escribe un texto con los argumentos que Belisa colocaría para convencer a su interlocutor.

* Según el cuento, para preparar el discurso presidencial, Belisa “… Descartó las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres..”

 - Teniendo en cuenta estas aclaraciones, imagina y escribe cómo habría quedado el célebre discurso que convirtió al Coronel en el político más popular.

* Al reencontrarse con Belisa, el Coronel decide abandonar todas sus aspiraciones de ser presidente y sólo desea pasar el resto de su vida junto a su amada. Por tal motivo reúne a todos sus seguidores y periodistas en la plaza para informarles su decisión.

 - ¿Cómo justificaría él esta inesperada decisión y qué argumentos utilizaría en su anunciado y muy esperado último discurso?


* De la siguiente lista de palabras, elige 8 con las que más te identifiques para dar tu opinión sobre esta obra. Escribe un breve texto donde reflexiones acerca del mensaje que, para vos, transmite la misma.
Amor, perdón, fantasía, comprensión, poesía, alegría, tiranía, memoria, poder, familia, enamorados, sueños, enseñanza, hombre, libertad, mujer, destino, gobierno, pueblo, democracia, recuerdo, corazón ,metáfora, vida. 




Ø          Nº 2 – Poesías Varias: “Dos Palabras, Palabras, La palabra que sana, Destino de Poeta y La casa de las palabras

* Imagina que eres un poeta en busca de palabras y que tienes la oportunidad de elegir de los frascos y de la mesa de los colores. Extrae de las poesías dadas las palabras, versos, frases metafóricas o imágenes que más te conmovieron y

- Escribe con ellas una carta de amor para tu novia/a,
- escribe un diálogo entre Alfonsina Storni y Cecilia de Roggero exaltando la magia y el poder de las palabras
- o realiza un dibujo que represente las ideas, sentimientos o emociones que te provocan dichas palabras


* Porque “…Cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa” según la poesía de  Alejandra Pizarnik, te propongo que inventes palabras y armes un texto metafórico que hable acerca de:

-  Un amor prohibido o un amor imposible
-  La vida después de la muerte
-  La soledad o el rechazo de un amor
-  El río o la naturaleza


* “…Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las palabras andan sueltas sin dueño” dice el cuento de Isabel Allende.  Imagina que al igual que Belisa puedes encontrarle un dueño a cada uno de los poemas seleccionados:

- ¿Quiénes, entre tus seres queridos, parientes, amigos o conocidos; serían los destinatarios de los mismos y por qué? No olvides de obsequiarles también la ñapa de una palabra secreta al beneficiado con tu elección.


*  Selecciona alguna de las poesías dadas y describe qué relaciones de semejanzas y diferencias puedes establecer entre estas y el texto “Dos Palabras” de Isabel Allende. Justifica tu respuesta